Era una tarde de lluvia en Buenos Aires. Me dirijo hacia el barrio porteño de Villa Urquiza, en donde me espera una abuela que me va a contar su historia.
La casa da a la calle. En el frente, se puede observar la entrada principal, una ventana que da al living; y otra puerta, que por un angosto pasillo desemboca en el patio. La señora se llama María Di Napoli Feriche. Es italiana, nació en 1929, en el pueblo Luogosano, provincia de Avellino. Su aspecto es como toda mujer de su edad. Pantalón largo, zapatillas, cómodas, para salir a caminar y buzo bien abrigado. Tenía un asentó italiano atractivo. Te daban de escucharla durante horas. Sin embargo, era difícil de entender.
Cuando me invito a la cocina, lo primero que me pregunto fue que «quería tomar», con una amabilidad y dulzura que pocas veces sentí en mi vida. Me sirvió un té, y comenzó a contarme cosas que nunca imaginé escuchar. «Vivíamos en una chacra, en el campo. Éramos siete hermanos, cinco mujeres y 2 hombres. Mi infancia fue un poquito de todo. Alegre y triste. Lavábamos la ropa, cocinábamos, trabajábamos en el campo, íbamos a la escuela.
—¿Cómo ve la relación del matrimonio hoy en día?
—El hombre y la mujer, hoy trabajan los dos. El primero que llega a la casa prende el fuego y pone la comida. Antes era diferentes Todo lo de la casa lo hacia la esposa y el marido salía a trabajar. Sin embargo, muchos hombres, que se los podría llamar "viejos", siguen pensando lo mismo. Pero ahora con los "suelditos" que hay no alcanza para nada. Otra cosa más, las mujeres de antes hacían toda la comida casera y así rendía la plata. En cambio, hoy levantan el teléfono piden una pizza o empanadas y listo. No rinde nada. Cambió hasta la forma de ser, para ir a comprar una leche o pan se pintan todas, se preparan por media cuadra. Se vive diferente.
Luego de su descargo, con las formas de manejarse de esta época, fue inevitable; y caí en la tentación de preguntarle sobre la segunda guerra mundial. «Fue brava. Los norteamericanos tiraban bombas alrededor de tu casa, los aviones te pasa por arriba de la cabeza. Mi papá, con largavistas, miraba a los aviones que pasan y nos gritaba que pongamos, a una vaca que la teníamos acarreando, abajo de un árbol para que no la vean. En la guerra, destruyen o te roban todo. Mi padre fue a la primera guerra mundial, siempre nos contaba que había combatido con los alemanes».
Luego de capturar a Benito Mussolini, primer ministro del Reino de Italia desde 1922 hasta 1943, las autoridades italianas decidieron darle una brutal muerte al polémico militar. Lo asesinaron con una ametralladora y luego lo colgaron de una plaza, en donde al cadáver le hicieron toda clase de ultrajes. «Lo pusieron cabeza abajo. Cristo, como lo maltrataron». El horror, con que lo contó me dejó sin palabras.
Ya no sabía con que me podía encontrar: ¿Qué sufrimiento habría pasado María en esa Italia destrozada por la guerra? «Mi padre trabaja en la parte alemana, cuando se enteró que las tropas iban a llegar a Luogosano, nos llevábamos toda la cosecha. Cargamos todo lo que teníamos y nos escapamos lo más rápido posible. Nos fuimos a una chacra de mi abuelo y nos refugiamos ahí».
La deje que me cuente todo sin interrumpirla. La tensión que me hizo sentir cada vez era peor. Fue como ver una película de la segunda guerra, el sufrimiento, los saqueos, el acoso constante, me vinieron a la mente. «Mi madre le dijo a mi hermana, que ya era una señorita, que si llegaban a venir las tropas alemanes se esconda en la azotea. Un día, mi hermanita la mas chiquita, estaba jugando en la puerta de mi casa. Dos hombres con uniformes militares se le acercaron y la saludaron. Ella salió corriendo a buscar a mí hermana Antonieta, y les dijo que habían vuelto de la guerra mi hermano. Pobre, era chiquita no sabía. Eran dos soldados alemanes. Mi papá los reconoció enseguida. Los saludó, y les preguntó que buscaban. Ellos iban avisando casa por casa que iban a instalar minas alrededor. Entraron a la casa. Mi padre les mostró que trabajaba en una fabrica del lado de Alemania, hasta les mostro la libreta de trabajo, toda escrita en alemán. Los hombres dijeron que no sabían nada sobre eso. Entonces él, que no era ningún estúpido, les aviso que a pocas horas de acá se encontraban los norteamericanos. Se fueron corriendo y no volvieron más (risas). Gracias a dios que lo ilumino, si no vos no tenes idea la desgracia que tenemos encima. A otro chacarero conocido le entraron a la casa, se le llevaron todo y lo maltrataron.
No tuve que preguntar mucho. Ella me contaba todo con detalles, pero se notaba una tristeza muy grande en cada recuerdo. «Que desastre fue la guerra. Se querían aprovechar de la comida y las mujeres».
—¿Luego de la devastación de la guerra, como se las arreglaron?.
—En Italia no había trabajo, por eso muchos chicos jóvenes y familias enteras se fueron a otro países. Por suerte, a nosotros nunca nos faltó nada. Los campesinos comen de lo que siembran y trabajan, siempre tuvimos comida. Pero por ejemplo, los napolitanos venían a comprar un poquito de comida porque no tenían dinero. Llegó el contrabando. La gente escondía todo en los caballos. Igual, mi papá prefería no vender, por si nos tocaba una época de mala cosecha. Pero como te decía, la guerra fue un desastre, sobre todo cuando les llegaban los telegramas a la gente de que había muerto un familiar. Esas cosa no se olvidan».
Cuando concluyó, me sentí muy triste. Imaginar las terribles explosiones de una bomba. Los constantes tiroteos. Los gritos desgarradores. Me dejaron paralizado. No sólo, no quería pensar en eso, sino que tampoco quería imaginarme la desesperación de las familias por comer, soportar, o por vivir.

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